lunes, 23 de febrero de 2015

(Des)conocidos

Se desconocieron sin más remedio que el de la cruda realidad, y al cruzarse por la calle evitaban mirarse a los ojos a pesar de que la indiferencia no hiciera del todo el (des)esperado trabajo para que el olvido pudiera entrar en sus vidas. Aunque lo fingieran, nunca pudieron dar sus heridas por cerradas ni fueron capaces de cambiar la dirección hacia donde se encaminan los sentimientos. 
Sencillamente omitieron lo que realmente importaba para hacer mucho más práctica la despedida. Se acorazaron entre otros cuerpos y permitieron que los puntos suspensivos agonizaran en un punto y final que hiciera imposible absurdas e innecesarias segundas partes.

Se desconocieron simplemente por pura resignación.

Sin más, sin perpetuar el dolor ni la alegría (des)corrieron ese (es)tupido velo, (des)hicieron las maletas, (des)esperaron lo poco que quedaba por (des)esperar, desnudaron sus (des)vergüenzas, (des)taparon el frasco de las pequeñas indecencias y despidieron a sus recuerdos para despertar cada uno en su propia (des)ilusión. 
Desistieron de los porqués, derramaron los quizás, destrozaron los escenarios de papel cuché, (des)estimaron los después, las despedidas y desgranaron uno a uno los motivos desterrando cualquier posible negociación.

Así, sin más, (des)oyeron a su corazón y decidieron desconocerse de muto (des)acuerdo, permitiendo que las lágrimas por fin se secaran y que los abrazos se rompieran para siempre despojando a las preguntas de sus malditas retóricas (des)encontrando las respuestas que siempre habían estado ahí, inmóviles, (des)esperando por si uno de los dos decidía echar mano de ellas. Respuestas que (des)conocían, como quien (des)conoce lo que no quiere escuchar. Respuestas que en un principio retumbaban estrepitosamente contra las paredes y que perdían intensidad, y sobre todo sentido, al trasluz de la evidencia.

Lo peor de todo no es el hecho en si mismo. No fue lo ocurrido aquella tarde ni la sensación de perdedor que acompaña a la incredulidad. Lo peor fue descubrir que al mirar a los ojos de la persona con quien compartió parte de su vida ya no la pudo reconocer. Y aún es más, ser incapaz de convencerse a si mismo que durante todo ese tiempo, detrás de cada escena vivida y cada minuto compartido, algo fuese real. Que esa persona no era quien creía y que nunca llegó a conocerla de verdad. Que simplemente siempre fue una desconocida y que él, ni tan solo fue capaz de darse cuenta.

El "Con quién" ahora era un "Por qué" a causa de la demostrada traición y (des)confianza
El "Cuándo" se había unido a la preposición "desde" rubricando su ignorancia y rozando casi la humillación.
Lo que un día llegó a ser una amarga duda a modo de adverbio cobró la personalidad de quien se creía especial y descubre que no es así, que es tan vulgar como otro cualquiera, ¿Cómo has podido...? ¿... a mí ?
Y el "Dónde"... Pues el "Dónde" fue simple y pragmático, no fue necesario preguntarlo ni sospecharlo, lo supo en el momento en el que decidió sorprenderla tomándose la tarde libre en el trabajo. Era el mismo día, del mismo mes, en que cinco años atrás se habían conocido gracias a un amigo en común.

Al abrir la puerta no dijo nada. No hizo nada. Tan solo volvió tras sus pasos, salió a la calle y se sentó en un banco a esperar a que él saliera del piso. Tres siempre son multitud cuando uno de ellos no está invitado a la fiesta, y mucho más si los otros son dos (des)conocidos que, valga la redundancia, desconocían que ibas a presentarte a ella sin previo aviso, y evidentemente, sin que nadie te hubiera hecho llegar la invitación.